EL  PODER  DE  SU  SANGRE   DERRAMADA


Por: Hno. Victor Richards
Publicado el:
Martes 16 de Mayo, 2017

Desobedecer y Morir.

Génesis 2:15-17 dice:

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.

Sólo de un árbol, no podían comer, ¡sólo de uno! Del árbol de la ciencia del bien y del mal, “porque el día que de él comieres ciertamente morirás”. Desobedecer y morir; muy sencillo.

Luego leemos en Génesis 3:1-7:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal (Eva tenía que decidir creer y obedecer a la serpiente o creer y obedecer a Jehová). Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (era un árbol muy extraordinario. A simple vista era muy bonito, y su fruto no fue únicamente alimento sino que daba sabiduría y conocimiento); y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido (incluyéndolo en su rebelión), el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.

¡Qué cosa! Creyeron a Satanás más que a Dios. Él dijo: “Morirás”, Satanás dijo: “No morirán, serán como dioses, pueden decidir por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo”. Ellos creyeron a Satanás más que a Dios y luego desobedecieron.

 Hay muchos, millones de personas que creen más a la voz de Satanás que a la voz de Jehová, de Jesús y del Espíritu Santo y desobedecen. Dios dijo: “Morirás”. Desde entonces el castigo por el pecado es la muerte, Dios dio la advertencia: ¡El castigo por el pecado es muerte! Ellos entonces conocieron que estaban desnudos y se hicieron delantales de hojas, conoces la historia, Dios vino y dijo: “Adán, Eva ¿donde están?”. Él sabía que estaban escondiéndose.

–¿Dónde están?

–Aquí estamos.

–¿Escondiéndose? ¿Por qué?

Porque estamos desnudos.

¿Cómo? ¿Quién les dijo? ¿Comieron del árbol que yo dije que no comieran?

Eva respondió: –Pues sí, la serpiente tiene la culpa.

Y el hombre dijo: –Mi esposa tiene la culpa.

Dios tuvo que sacarlos del huerto y luego en Génesis 3:21 leemos:

“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.

¡Túnicas de pieles! Dios tuvo que matar animales. Sangre tenía que ser derramada y Dios mismo derramó sangre de animales inocentes e hizo para ellos túnicas.

Yo no creo que Dios tomó mucho tiempo para tratar el cuero de estos animales. Mató a los animales y aún manchadas las pieles de sangre las puso sobre ellos. Sólo la sangre de un inocente puede cubrir el pecado. Y ésta sangre de animal representaba la sangre que el inocente Jesús derramaría algún día por la humanidad.

Génesis 4:1-4 nos dice:

“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda (un sacrificio) a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda (sacrificio)”.

¿Por qué miró Dios con agrado a Abel y a su sacrificio? Porque él era obediente, él derramó la sangre de éste animal en sacrificio. Es claro que su padre y madre le habían hablado de lo que les había sucedido y que era necesario el derramamiento de sangre inocente para encontrar perdón. Ésta sangre de animal era un sustituto hasta que viniera Jesús.

Pero Caín trajo del fruto de la tierra un sacrificio a Jehová y en Génesis 4:5 vemos la reacción de Dios:

“... no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…”.

Uno no puede dar unas verduras como sacrificio por el pecado. Tiene que haber sangre, Dios había dicho: “Pecado provoca muerte”, el pecado sería castigado con muerte desde el principio. Ésta verdad no ha sido cambiada.

Hay cosas que a nosotros no nos parecen ser tan malas pero provocan muerte, así es el pecado.

Veamos el versículo anterior otra vez:

“Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”.

Caín estaba enojado con Dios por no aceptar sus vegetales y frutas. Él quería aplacar la ira de Dios contra el pecado con sus propias obras. Lo que él sembró y cosechó.

Génesis 4:8 nos dice:

“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”.

El odio de la serpiente estaba en Caín en contra de la misericordia de Dios mostrada a favor de uno que cree y obedece. Dios quiere mostrar su amor para con nosotros para librarnos de la esclavitud del pecado; ¿creemos? ¿Obedecemos?

Cuenta la historia que un día, cuando la esclavitud era legal en los Estados Unidos, un caballero pasaba por una calle llena de gente en donde se subastaban esclavos. El hombre se detuvo para observar el remate, la confusión en la muchedumbre y cómo los esclavos eran conducidos uno tras otro a una plataforma con sus brazos y piernas atados con cuerdas como si fueran animales, habían sido secuestrados de sus tribus pacíficas en países africanos por otras tribus belicosas que, a su vez, los vendieron a los comerciantes de vidas humanas.

Fueron exhibidos ante la multitud que gritaba y se burlaba, mientras se subastaban uno por uno. Algunos curiosos inspeccionaban la mercancía manoseando sin ningún respeto a las mujeres y examinaban los brazos y músculos de los hombres.

El caballero estudió con la mirada al grupo de esclavos que estaba cerca, luego se detuvo cuando vio a una bonita joven que estaba de pie en la parte de atrás, pues sus ojos estaban llenos de temor, se le veía aterrorizada. El hombre vaciló por unos momentos y luego desapareció brevemente; cuando regresó el rematador estaba a punto de empezar la subasta de la joven en la que él se había fijado.

Cuando el subastador abrió el remate el caballero propuso en voz alta una oferta que era el doble de la cantidad de cualquier otra hecha en todo el día. Hubo un instante de silencio y luego el subastador golpeó con su mazo mientras respondía: “Vendida al caballero”. Éste se abrió paso entre la muchedumbre, esperó al pie de las gradas mientras la joven era bajada de la plataforma para ser entregada a su nuevo dueño, luego pusieron en su mano la cuerda que ataba a la muchacha y el hombre la aceptó sin decir ni una palabra. La joven, que tenía sus ojos fijos en el suelo, de repente levantó la vista y le escupió al caballero en la cara. En silencio él sacó su pañuelo y limpió el escupitajo, sonrió gentilmente a la joven y le dijo: “Sígueme”. Ella le siguió a regañadientes.

Al apartarse de la multitud él se dirigió hacia un área cercana donde se cerraba legalmente cada trato y también donde en las muy raras veces se le daba la libertad a un esclavo.

Era necesario preparar y firmar documentos legales llamados “papeles de manumisión”, el caballero pagó el precio de compra y firmó los documentos necesarios.

Cuando la transacción quedó completa se volvió hacia la joven y le puso los documentos en sus manos. Sorprendida ella se quedó mirándolo con una expresión de perplejidad, sus ojos inquisitivos preguntaban: ¿Qué está usted haciendo? El caballero respondió a su expresión y le dijo: “Toma estos documentos; te compré para darte la libertad. Mientras tengas estos documentos en tu posesión nadie jamás podrá volver a esclavizarte”. La muchacha se quedó mirando fijamente los documentos. ¿Qué ocurría? Hubo un breve silencio, después preguntó: “¿Usted me compró para darme la libertad?” y repitió pausadamente: “¿Usted me compró... para darme... la libertad? ¿Usted me compró... para darme... la libertad?” Mientras repasaba ésta frase vez tras vez, el significado de lo que acababa de ocurrir fue haciéndose cada vez más claro para ella: “¡Usted me compró para darme la libertad!”.

¿Sería cierto que un extraño acababa de concederle la libertad y que nunca más podría ella ser esclavizada por ningún hombre? A medida que ella estaba captando el significado de los documentos que ahora tenía en sus manos, cayó de rodillas y rompió en llanto a los pies del caballero.

En medio de sus lágrimas de alegría y gratitud ella dijo: “¡Usted me compró para darme la libertad!… Le serviré para siempre, ¡le serviré para siempre, le serviré para siempre!”.

Todos nosotros fuimos, o somos aún, esclavos del pecado, pero el Señor Jesús pagó el precio para ponernos en libertad cuando derramó su sangre (empezando en el huerto de Getsemaní y terminando en la cruz). Nuestra libertad costó su sangre derramada pero tenemos que responder a lo que Él ha hecho como la esclava liberada: “Me compraste para darme la libertad, te serviré para siempre Jesús, ¡te serviré para siempre, te serviré para siempre!”.

Efesios 1:3, 7 dice:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo... en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.

¡Por su sangre! Estamos hablando de la sangre, la sangre de Jesús. La sangre que fue derramada en el huerto del Edén representaba lo que iba a hacer el Hijo de Dios muchos años después. El sacrificio de animales estaba siempre viendo hacia adelante cuando la sangre de Jesús sería derramada.

San Pablo escribió en 1ª Corintios 6:20:

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

¿Cuál fue el precio? ¡La sangre! ¡La sangre de Jesús! Y Su sangre no se regó, ¡no! Fue derramada, ¡no fue un accidente! Deliberadamente fue derramada. El Señor Jesús escogió morir en el lugar que tú y yo merecemos, derramando Su preciosa sangre a nuestro favor y Jesús dijo en Mateo 20:28:

“… el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

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Sólo de un árbol, no podían comer, ¡sólo de uno! Del árbol de la ciencia del bien y del mal, “porque el día que de él comieres ciertamente morirás”. Desobedecer y morir; muy sencillo.

Luego leemos en Génesis 3:1-7:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal (Eva tenía que decidir creer y obedecer a la serpiente o creer y obedecer a Jehová). Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (era un árbol muy extraordinario. A simple vista era muy bonito, y su fruto no fue únicamente alimento sino que daba sabiduría y conocimiento); y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido (incluyéndolo en su rebelión), el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.

¡Qué cosa! Creyeron a Satanás más que a Dios. Él dijo: “Morirás”, Satanás dijo: “No morirán, serán como dioses, pueden decidir por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo”. Ellos creyeron a Satanás más que a Dios y luego desobedecieron.

 Hay muchos, millones de personas que creen más a la voz de Satanás que a la voz de Jehová, de Jesús y del Espíritu Santo y desobedecen. Dios dijo: “Morirás”. Desde entonces el castigo por el pecado es la muerte, Dios dio la advertencia: ¡El castigo por el pecado es muerte! Ellos entonces conocieron que estaban desnudos y se hicieron delantales de hojas, conoces la historia, Dios vino y dijo: “Adán, Eva ¿donde están?”. Él sabía que estaban escondiéndose.

–¿Dónde están?

–Aquí estamos.

–¿Escondiéndose? ¿Por qué?

Porque estamos desnudos.

¿Cómo? ¿Quién les dijo? ¿Comieron del árbol que yo dije que no comieran?

Eva respondió: –Pues sí, la serpiente tiene la culpa.

Y el hombre dijo: –Mi esposa tiene la culpa.

Dios tuvo que sacarlos del huerto y luego en Génesis 3:21 leemos:

“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.

¡Túnicas de pieles! Dios tuvo que matar animales. Sangre tenía que ser derramada y Dios mismo derramó sangre de animales inocentes e hizo para ellos túnicas.

Yo no creo que Dios tomó mucho tiempo para tratar el cuero de estos animales. Mató a los animales y aún manchadas las pieles de sangre las puso sobre ellos. Sólo la sangre de un inocente puede cubrir el pecado. Y ésta sangre de animal representaba la sangre que el inocente Jesús derramaría algún día por la humanidad.

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“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda (un sacrificio) a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda (sacrificio)”.

¿Por qué miró Dios con agrado a Abel y a su sacrificio? Porque él era obediente, él derramó la sangre de éste animal en sacrificio. Es claro que su padre y madre le habían hablado de lo que les había sucedido y que era necesario el derramamiento de sangre inocente para encontrar perdón. Ésta sangre de animal era un sustituto hasta que viniera Jesús.

Pero Caín trajo del fruto de la tierra un sacrificio a Jehová y en Génesis 4:5 vemos la reacción de Dios:

“... no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…”.

Uno no puede dar unas verduras como sacrificio por el pecado. Tiene que haber sangre, Dios había dicho: “Pecado provoca muerte”, el pecado sería castigado con muerte desde el principio. Ésta verdad no ha sido cambiada.

Hay cosas que a nosotros no nos parecen ser tan malas pero provocan muerte, así es el pecado.

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“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”.

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Por: Hno. Victor Richards
Martes 16 de Mayo, 2017

Desobedecer y Morir.

Génesis 2:15-17 dice:

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.

Sólo de un árbol, no podían comer, ¡sólo de uno! Del árbol de la ciencia del bien y del mal, “porque el día que de él comieres ciertamente morirás”. Desobedecer y morir; muy sencillo.

Luego leemos en Génesis 3:1-7:

“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal (Eva tenía que decidir creer y obedecer a la serpiente o creer y obedecer a Jehová). Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (era un árbol muy extraordinario. A simple vista era muy bonito, y su fruto no fue únicamente alimento sino que daba sabiduría y conocimiento); y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido (incluyéndolo en su rebelión), el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.

¡Qué cosa! Creyeron a Satanás más que a Dios. Él dijo: “Morirás”, Satanás dijo: “No morirán, serán como dioses, pueden decidir por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo”. Ellos creyeron a Satanás más que a Dios y luego desobedecieron.

 Hay muchos, millones de personas que creen más a la voz de Satanás que a la voz de Jehová, de Jesús y del Espíritu Santo y desobedecen. Dios dijo: “Morirás”. Desde entonces el castigo por el pecado es la muerte, Dios dio la advertencia: ¡El castigo por el pecado es muerte! Ellos entonces conocieron que estaban desnudos y se hicieron delantales de hojas, conoces la historia, Dios vino y dijo: “Adán, Eva ¿donde están?”. Él sabía que estaban escondiéndose.

–¿Dónde están?

–Aquí estamos.

–¿Escondiéndose? ¿Por qué?

Porque estamos desnudos.

¿Cómo? ¿Quién les dijo? ¿Comieron del árbol que yo dije que no comieran?

Eva respondió: –Pues sí, la serpiente tiene la culpa.

Y el hombre dijo: –Mi esposa tiene la culpa.

Dios tuvo que sacarlos del huerto y luego en Génesis 3:21 leemos:

“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.

¡Túnicas de pieles! Dios tuvo que matar animales. Sangre tenía que ser derramada y Dios mismo derramó sangre de animales inocentes e hizo para ellos túnicas.

Yo no creo que Dios tomó mucho tiempo para tratar el cuero de estos animales. Mató a los animales y aún manchadas las pieles de sangre las puso sobre ellos. Sólo la sangre de un inocente puede cubrir el pecado. Y ésta sangre de animal representaba la sangre que el inocente Jesús derramaría algún día por la humanidad.

Génesis 4:1-4 nos dice:

“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda (un sacrificio) a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda (sacrificio)”.

¿Por qué miró Dios con agrado a Abel y a su sacrificio? Porque él era obediente, él derramó la sangre de éste animal en sacrificio. Es claro que su padre y madre le habían hablado de lo que les había sucedido y que era necesario el derramamiento de sangre inocente para encontrar perdón. Ésta sangre de animal era un sustituto hasta que viniera Jesús.

Pero Caín trajo del fruto de la tierra un sacrificio a Jehová y en Génesis 4:5 vemos la reacción de Dios:

“... no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya…”.

Uno no puede dar unas verduras como sacrificio por el pecado. Tiene que haber sangre, Dios había dicho: “Pecado provoca muerte”, el pecado sería castigado con muerte desde el principio. Ésta verdad no ha sido cambiada.

Hay cosas que a nosotros no nos parecen ser tan malas pero provocan muerte, así es el pecado.

Veamos el versículo anterior otra vez:

“Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”.

Caín estaba enojado con Dios por no aceptar sus vegetales y frutas. Él quería aplacar la ira de Dios contra el pecado con sus propias obras. Lo que él sembró y cosechó.

Génesis 4:8 nos dice:

“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”.

El odio de la serpiente estaba en Caín en contra de la misericordia de Dios mostrada a favor de uno que cree y obedece. Dios quiere mostrar su amor para con nosotros para librarnos de la esclavitud del pecado; ¿creemos? ¿Obedecemos?

Cuenta la historia que un día, cuando la esclavitud era legal en los Estados Unidos, un caballero pasaba por una calle llena de gente en donde se subastaban esclavos. El hombre se detuvo para observar el remate, la confusión en la muchedumbre y cómo los esclavos eran conducidos uno tras otro a una plataforma con sus brazos y piernas atados con cuerdas como si fueran animales, habían sido secuestrados de sus tribus pacíficas en países africanos por otras tribus belicosas que, a su vez, los vendieron a los comerciantes de vidas humanas.

Fueron exhibidos ante la multitud que gritaba y se burlaba, mientras se subastaban uno por uno. Algunos curiosos inspeccionaban la mercancía manoseando sin ningún respeto a las mujeres y examinaban los brazos y músculos de los hombres.

El caballero estudió con la mirada al grupo de esclavos que estaba cerca, luego se detuvo cuando vio a una bonita joven que estaba de pie en la parte de atrás, pues sus ojos estaban llenos de temor, se le veía aterrorizada. El hombre vaciló por unos momentos y luego desapareció brevemente; cuando regresó el rematador estaba a punto de empezar la subasta de la joven en la que él se había fijado.

Cuando el subastador abrió el remate el caballero propuso en voz alta una oferta que era el doble de la cantidad de cualquier otra hecha en todo el día. Hubo un instante de silencio y luego el subastador golpeó con su mazo mientras respondía: “Vendida al caballero”. Éste se abrió paso entre la muchedumbre, esperó al pie de las gradas mientras la joven era bajada de la plataforma para ser entregada a su nuevo dueño, luego pusieron en su mano la cuerda que ataba a la muchacha y el hombre la aceptó sin decir ni una palabra. La joven, que tenía sus ojos fijos en el suelo, de repente levantó la vista y le escupió al caballero en la cara. En silencio él sacó su pañuelo y limpió el escupitajo, sonrió gentilmente a la joven y le dijo: “Sígueme”. Ella le siguió a regañadientes.

Al apartarse de la multitud él se dirigió hacia un área cercana donde se cerraba legalmente cada trato y también donde en las muy raras veces se le daba la libertad a un esclavo.

Era necesario preparar y firmar documentos legales llamados “papeles de manumisión”, el caballero pagó el precio de compra y firmó los documentos necesarios.

Cuando la transacción quedó completa se volvió hacia la joven y le puso los documentos en sus manos. Sorprendida ella se quedó mirándolo con una expresión de perplejidad, sus ojos inquisitivos preguntaban: ¿Qué está usted haciendo? El caballero respondió a su expresión y le dijo: “Toma estos documentos; te compré para darte la libertad. Mientras tengas estos documentos en tu posesión nadie jamás podrá volver a esclavizarte”. La muchacha se quedó mirando fijamente los documentos. ¿Qué ocurría? Hubo un breve silencio, después preguntó: “¿Usted me compró para darme la libertad?” y repitió pausadamente: “¿Usted me compró... para darme... la libertad? ¿Usted me compró... para darme... la libertad?” Mientras repasaba ésta frase vez tras vez, el significado de lo que acababa de ocurrir fue haciéndose cada vez más claro para ella: “¡Usted me compró para darme la libertad!”.

¿Sería cierto que un extraño acababa de concederle la libertad y que nunca más podría ella ser esclavizada por ningún hombre? A medida que ella estaba captando el significado de los documentos que ahora tenía en sus manos, cayó de rodillas y rompió en llanto a los pies del caballero.

En medio de sus lágrimas de alegría y gratitud ella dijo: “¡Usted me compró para darme la libertad!… Le serviré para siempre, ¡le serviré para siempre, le serviré para siempre!”.

Todos nosotros fuimos, o somos aún, esclavos del pecado, pero el Señor Jesús pagó el precio para ponernos en libertad cuando derramó su sangre (empezando en el huerto de Getsemaní y terminando en la cruz). Nuestra libertad costó su sangre derramada pero tenemos que responder a lo que Él ha hecho como la esclava liberada: “Me compraste para darme la libertad, te serviré para siempre Jesús, ¡te serviré para siempre, te serviré para siempre!”.

Efesios 1:3, 7 dice:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo... en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”.

¡Por su sangre! Estamos hablando de la sangre, la sangre de Jesús. La sangre que fue derramada en el huerto del Edén representaba lo que iba a hacer el Hijo de Dios muchos años después. El sacrificio de animales estaba siempre viendo hacia adelante cuando la sangre de Jesús sería derramada.

San Pablo escribió en 1ª Corintios 6:20:

“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

¿Cuál fue el precio? ¡La sangre! ¡La sangre de Jesús! Y Su sangre no se regó, ¡no! Fue derramada, ¡no fue un accidente! Deliberadamente fue derramada. El Señor Jesús escogió morir en el lugar que tú y yo merecemos, derramando Su preciosa sangre a nuestro favor y Jesús dijo en Mateo 20:28:

“… el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

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