TESTIMONIO DE SANIDAD | |||||||
VOLVÍ DE LA MUERTE
Amados Hermanos Víctor y Sylvia Richards: Es para mí un gran privilegio y alegría el poder compartir el siguiente relato. Hace algunos días tuve la oportunidad de compartir el Evangelio con una paciente que estoy atendiendo en la clínica. Ella me escuchó atentamente y luego me pidió, con mucho respeto, que le permitiera narrarme el siguiente evento: “Hace algún tiempo, mi hija me llevó al hospital de emergencia porque me enfermé gravemente, por lo que los médicos me trasladaron a la unidad de terapia intensiva por sufrir de una enfermedad llamada tromboembolia pulmonar. Supe que estaba muy grave y en peligro de morir, porque podía escuchar los comentarios de los doctores que informaban a mis familiares mi condición y como empeoraba día con día. »De repente, algo sucedió; ya que en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en un lugar muy extraño que yo no reconocía. Era un camino largo y obscuro, como un túnel. Estaba observando a mi alrededor, cuando escucho las voces de tres personas que me llamaban desde lo más profundo de aquel lugar que estaba tan obscuro. Por las voces, identifiqué que se trataba de mis amigos: Víctor, Leonicio y Juan; ellos ya habían muerto hace años. Me hablaban por mi nombre: ¡Claudia, Claudia! ¡Somos nosotros! Me pedían que fuera con ellos, pero yo no quería ir con ellos. En ese momento me dí la vuelta en dirección opuesta y me sorprendió una luz tan cálida e intensa que era imposible dejar de mirarla. »En eso, volvió a suceder algo sorprendente, en un instante me encontraba en otro lugar. Abrí mis ojos, y me doy cuenta de que estaba envuelta en una sábana blanca. Tenía mucho frío pues el lugar en el que me encontraba era helado. Me quité la sábana y me senté en la camilla metálica, y me di cuenta que no tenía ropa, ¡estaba desnuda!, y al levantar mi vista, observé que también estaban otras personas en camillas metálicas envueltas en sábanas blancas. Todas ellas estaban ahí porque habían muerto. »Preguntándome por qué estaba yo en ese lugar, caí en cuenta de que yo estaba en el anfiteatro del hospital y, ¡estaba ahí porque había muerto! ¡Había muerto! Pero, ¡Dios me levantó de los muertos! ¡Me dió una oportunidad increíble! »Después me levanté de la camilla y me dirigí a una puerta para salir. Terminé encontrándome con una enfermera del hospital, que al verme, se espantó mucho y salió corriendo buscando ayuda. Pronto vinieron los médicos y enfermeras para ayudarme, poniéndome en una cama del hospital y tratando de averiguar qué fue lo que pasó”.« Al concluir su relato, le pregunté a mi paciente: “¿hay algo que le impida reconciliarse con el Señor Jesús? ¿Ahora que le volvió a dar vida para que usted sea salva? “¡NO!”, contestó la mujer; “¡no hay nada que me impida recibir al Señor Jesucristo!” Esa mañana ahí en el consultorio, con lágrimas en sus ojos, se reconcilió con el Señor Jesús, con su Señor que tiene en Su mano el poder de la vida y de la muerte. ¡A Él sea la gloria y el poder y la alabanza y todo el reconocimiento! ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!
Dr. Alfredo Castro. |
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VOLVÍ DE LA MUERTE
Amados Hermanos Víctor y Sylvia Richards: Es para mí un gran privilegio y alegría el poder compartir el siguiente relato. Hace algunos días tuve la oportunidad de compartir el Evangelio con una paciente que estoy atendiendo en la clínica. Ella me escuchó atentamente y luego me pidió, con mucho respeto, que le permitiera narrarme el siguiente evento: “Hace algún tiempo, mi hija me llevó al hospital de emergencia porque me enfermé gravemente, por lo que los médicos me trasladaron a la unidad de terapia intensiva por sufrir de una enfermedad llamada tromboembolia pulmonar. Supe que estaba muy grave y en peligro de morir, porque podía escuchar los comentarios de los doctores que informaban a mis familiares mi condición y como empeoraba día con día. »De repente, algo sucedió; ya que en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en un lugar muy extraño que yo no reconocía. Era un camino largo y obscuro, como un túnel. Estaba observando a mi alrededor, cuando escucho las voces de tres personas que me llamaban desde lo más profundo de aquel lugar que estaba tan obscuro. Por las voces, identifiqué que se trataba de mis amigos: Víctor, Leonicio y Juan; ellos ya habían muerto hace años. Me hablaban por mi nombre: ¡Claudia, Claudia! ¡Somos nosotros! Me pedían que fuera con ellos, pero yo no quería ir con ellos. En ese momento me dí la vuelta en dirección opuesta y me sorprendió una luz tan cálida e intensa que era imposible dejar de mirarla. »En eso, volvió a suceder algo sorprendente, en un instante me encontraba en otro lugar. Abrí mis ojos, y me doy cuenta de que estaba envuelta en una sábana blanca. Tenía mucho frío pues el lugar en el que me encontraba era helado. Me quité la sábana y me senté en la camilla metálica, y me di cuenta que no tenía ropa, ¡estaba desnuda!, y al levantar mi vista, observé que también estaban otras personas en camillas metálicas envueltas en sábanas blancas. Todas ellas estaban ahí porque habían muerto. »Preguntándome por qué estaba yo en ese lugar, caí en cuenta de que yo estaba en el anfiteatro del hospital y, ¡estaba ahí porque había muerto! ¡Había muerto! Pero, ¡Dios me levantó de los muertos! ¡Me dió una oportunidad increíble! »Después me levanté de la camilla y me dirigí a una puerta para salir. Terminé encontrándome con una enfermera del hospital, que al verme, se espantó mucho y salió corriendo buscando ayuda. Pronto vinieron los médicos y enfermeras para ayudarme, poniéndome en una cama del hospital y tratando de averiguar qué fue lo que pasó”.« Al concluir su relato, le pregunté a mi paciente: “¿hay algo que le impida reconciliarse con el Señor Jesús? ¿Ahora que le volvió a dar vida para que usted sea salva? “¡NO!”, contestó la mujer; “¡no hay nada que me impida recibir al Señor Jesucristo!” Esa mañana ahí en el consultorio, con lágrimas en sus ojos, se reconcilió con el Señor Jesús, con su Señor que tiene en Su mano el poder de la vida y de la muerte. ¡A Él sea la gloria y el poder y la alabanza y todo el reconocimiento! ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!
Dr. Alfredo Castro. |
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Amados Hermanos Víctor y Sylvia Richards: Es para mí un gran privilegio y alegría el poder compartir el siguiente relato. Hace algunos días tuve la oportunidad de compartir el Evangelio con una paciente que estoy atendiendo en la clínica. Ella me escuchó atentamente y luego me pidió, con mucho respeto, que le permitiera narrarme el siguiente evento: “Hace algún tiempo, mi hija me llevó al hospital de emergencia porque me enfermé gravemente, por lo que los médicos me trasladaron a la unidad de terapia intensiva por sufrir de una enfermedad llamada tromboembolia pulmonar. Supe que estaba muy grave y en peligro de morir, porque podía escuchar los comentarios de los doctores que informaban a mis familiares mi condición y como empeoraba día con día. »De repente, algo sucedió; ya que en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en un lugar muy extraño que yo no reconocía. Era un camino largo y obscuro, como un túnel. Estaba observando a mi alrededor, cuando escucho las voces de tres personas que me llamaban desde lo más profundo de aquel lugar que estaba tan obscuro. Por las voces, identifiqué que se trataba de mis amigos: Víctor, Leonicio y Juan; ellos ya habían muerto hace años. Me hablaban por mi nombre: ¡Claudia, Claudia! ¡Somos nosotros! Me pedían que fuera con ellos, pero yo no quería ir con ellos. En ese momento me dí la vuelta en dirección opuesta y me sorprendió una luz tan cálida e intensa que era imposible dejar de mirarla. »En eso, volvió a suceder algo sorprendente, en un instante me encontraba en otro lugar. Abrí mis ojos, y me doy cuenta de que estaba envuelta en una sábana blanca. Tenía mucho frío pues el lugar en el que me encontraba era helado. Me quité la sábana y me senté en la camilla metálica, y me di cuenta que no tenía ropa, ¡estaba desnuda!, y al levantar mi vista, observé que también estaban otras personas en camillas metálicas envueltas en sábanas blancas. Todas ellas estaban ahí porque habían muerto. »Preguntándome por qué estaba yo en ese lugar, caí en cuenta de que yo estaba en el anfiteatro del hospital y, ¡estaba ahí porque había muerto! ¡Había muerto! Pero, ¡Dios me levantó de los muertos! ¡Me dió una oportunidad increíble! »Después me levanté de la camilla y me dirigí a una puerta para salir. Terminé encontrándome con una enfermera del hospital, que al verme, se espantó mucho y salió corriendo buscando ayuda. Pronto vinieron los médicos y enfermeras para ayudarme, poniéndome en una cama del hospital y tratando de averiguar qué fue lo que pasó”.« Al concluir su relato, le pregunté a mi paciente: “¿hay algo que le impida reconciliarse con el Señor Jesús? ¿Ahora que le volvió a dar vida para que usted sea salva? “¡NO!”, contestó la mujer; “¡no hay nada que me impida recibir al Señor Jesucristo!” Esa mañana ahí en el consultorio, con lágrimas en sus ojos, se reconcilió con el Señor Jesús, con su Señor que tiene en Su mano el poder de la vida y de la muerte. ¡A Él sea la gloria y el poder y la alabanza y todo el reconocimiento! ¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!
Dr. Alfredo Castro. |
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