Jesús de Nazaret



Publicado el:
Martes 29 de Junio, 2021

El día que Dios corrió

¿Te habías imaginado que hay una historia en la Biblia de Dios corriendo hacia uno de sus hijos descarriados? Realmente hay una parábola en que el padre, quien representa a Dios, corrió y lo veremos en un momento. Pero primero, quiero que observes que en todas las religiones del mundo, encontramos al hombre buscando a Dios. Por medio de un sistema de esfuerzo humano, el hombre trata de subir una escalera a Dios o trata de aplacar a un “Dios enojado”. La única excepción es el cristianismo. ¡Jesús revela a un Dios que vino en amor a buscarnos a nosotros!

Todavía recuerdo cuando mi esposo y yo vivimos en la sierra de Chihuahua y visitamos muchos pueblos para enseñar a la gente el plan de Dios para sus vidas, siempre llegábamos al tema del por qué vino Jesús. La respuesta más común fue: “para enseñarnos a morir”. Esta creencia nos sorprendió porque uno se muere, con o sin lecciones. ¿Sabes por qué vino Jesús? Escuchemos las mismas palabras de Él como respuesta.

El vino a buscar y a salvar lo que se había perdido

Lucas 19:10
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

En los últimos años hemos escuchado bastante sobre la necesidad de que busquemos a Dios, incluso hay varios libros muy vendidos sobre el mismo tema. De hecho, las Escrituras nos enseñan a buscar a Dios.

Hebreos 11:6
“...Y que (Dios) es galardonador de los que le buscan”.

No obstante, existe otro lado de la moneda. Aunque yo busco a Dios, lo que me llena de emoción es que, ¡Él me busca a mí!

A pesar de mis debilidades y fallas, Dios me busca. ¿Cómo puedo estar segura de esto? Porque Jesús lo enseñó a través de varias de las parábolas. Por ejemplo, en Lucas 15 nos habla de una mujer que busca toda la noche hasta encontrar la valiosa moneda. Luego Él comparó a Dios con un pastor que deja a las noventa y nueve ovejas en el redil para salir en busca de una que andaba perdida.

Cada una de esas parábolas concluye con una fiesta celestial llena de gozo y alegría porque otro pecador ha regresado a casa. ¡Muestran a un Dios que insistentemente va en busca del hombre rebelde y descarriado!

El padre corrió a recibirle

Hay otra parábola que dibuja aún más gráficamente a Dios en busca de los humanos: la parábola del hijo pródigo. Probablemente, conoces la historia. El hijo menor pidió su parte de la herencia y al recibirla, la malgastó en una vida de perdición. Cuando se encontró sin dinero, sin amigos y totalmente derrotado, cuidando cerdos, “volvió en sí” y regresó a la casa de su padre. Pero antes de llegar, cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, fue movido a misericordia y corrió para recibirle con abrazos y besos.

El padre representa a Dios y el hijo rebelde a nosotros. Mientras seguimos con la historia, te invito a revisar tu propio concepto de Dios. ¿Es Él como el padre del hijo pródigo?

Cuando el hijo empezó a confesar sus pecados, diciendo que no era digno de ser llamado hijo, entonces el padre mandó traerle el mejor vestido, un anillo y calzado; ordenó que mataran un becerro, diciendo: “...comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.

¿Cuánto del hermano mayor hay en ti?

¿Tu Dios, tu Padre celestial, es como este padre? ¿Tiene el deseo de hacer fiesta y regocijarse con uno de sus hijos? ¿Verdad que la mayoría de nosotros no hemos tenido este concepto de Dios? Pero, según Jesús, ¡el Padre celestial es un Dios de celebración y de fiestas!

Pero, ¿qué del hermano mayor? En vez de regocijarse, se enojó con el padre por su esplendidez para con el hijo menor. No sólo esto, reclama al padre porque, ¡él le había servido tantos años sin haberle desobedecido!

¿Cuánto del hermano mayor hay en ti y en mí? ¿Batallas para regocijarte cuando ves cómo Dios derrama bendición abundante sobre el exdrogadicto, el exborracho y la exprostituta y tú le has servido y has sido “gente buena” por años?

Veamos otra razón del por qué Jesús vino a la tierra.

Él vino para dar su vida en rescate

Marcos 10:45
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

Jesús es el único hombre que escogió el haber nacido y es uno de los pocos que ha escogido morir. Él dijo que vino a este mundo para dar su vida en rescate.

La palabra “rescate” tiene sus raíces en el mercado de esclavos. Una persona de buen corazón podía comprar un esclavo para darle la libertad, pero primero tenía que pagar el “rescate”. Jesús pagó con su sangre el precio de rescate para darnos la libertad. Tal vez alguien pregunte: ¿Libertad de qué? ¡Libertad del pecado!

Desde que Adán y Eva cayeron, todos nacemos con la naturaleza pecaminosa, aun la persona que “no hace mal a nadie”, porque la esencia del pecado consiste en rebelarse contra Dios (Génesis 3). Todos, de alguna forma u otra, hemos sido como el hijo pródigo, viviendo lejos de la casa del Padre. Pablo escribió:

Romanos 3:23
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Algunas personas resisten la idea de que son pecadores. La muy conocida cantante, María del Sol, comparte en sus conciertos que era una de estas personas. Aunque estaba convencida de que Jesús era divino, ella insistía en que era “una buena persona” y no tenía vicios, por lo tanto no tenía la necesidad de un encuentro personal con Dios como los que son adictos a las drogas y el alcohol. Como muchas personas, ella hacía “tratos” con Dios: “Haré tal o cual cosa si Tú me concedes lo que pido”. Finalmente, el Espíritu Santo le reveló que Dios no era un mozo y que la única respuesta apropiada sería rendirle su vida totalmente.

El escorpión y la tortuga

Me hace pensar en la anécdota del escorpión y la tortuga. El escorpión, como no podía nadar, pidió a la tortuga que le llevara sobre su espalda para cruzar un río.

—¿Estás loco?—, contestó la tortuga. —Me picarás y me ahogaré.

El escorpión se rió y respondió: —Querida tortuga, si yo te picara, tú te ahogarías y yo también contigo. Yo no te picaré porque significaría mi propia muerte.

La tortuga pensó por unos momentos en la lógica de su argumento, entonces dijo: —Tienes razón. ¡Súbete!

El escorpión se subió a la tortuga y a la mitad del viaje, cruzando el río, picó fuertemente a la tortuga.

Mientras la tortuga estaba descendiendo al fondo del río, con el escorpión sobre su espalda, clamó consternada: —Después de lo que prometiste, ¿por qué me picaste? Ahora, ¡los dos estamos sentenciados a morir!

Ahogándose, el escorpión contestó tristemente: —No lo pude evitar, ¡es mi naturaleza picar!

Tú y yo nacemos con una naturaleza pecaminosa. Aunque somos “buena gente” y tratamos bien al prójimo, en el fondo de nuestros corazones existe el mismo espíritu que había en el huerto del Edén, un espíritu de independencia de Dios y rebeldía contra su autoridad sobre nuestras vidas.

Romanos 6:23
“Porque la paga del pecado es muerte...”.

No es solamente muerte física, sino espiritual que resulta en la eterna separación de la presencia de Dios. El profeta Isaías proclamó:

Isaías 59:2
“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios...”.

Cuanto más profunda sea la percepción que tenemos de nuestra necesidad de Dios, mayor será nuestro amor por Él y por consiguiente, más ferviente será nuestro deseo de servirle.

¿Hasta dónde llegó el amor de Dios para que se realizara el plan de nuestro rescate?

1 Juan 4:10
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

El perro que murió salvando una vida

La historia de Jesús viniendo para dar su vida en rescate, me hace pensar en la historia verídica de Barry, un perro San Bernardo. Estos perros, por ser tan grandes e inteligentes, son excelentes en hacer obras de rescate en la nieve.

Había nevado copiosamente durante mucho tiempo y sucedió que un grupo de hombres que transitaban de pueblo en pueblo entre las montañas se retrasaron por varias horas. Al fin, uno por uno y a tropezones, llegaron al pueblo, agotados por el esfuerzo realizado para seguir un sendero cubierto de tanta nieve. Sólo faltaba uno, que aún quedaba expuesto al salvaje frío de la montaña. De no recibir pronto socorro, seguramente moriría.

Cuarenta ocasiones anteriores hubo un final feliz, gracias a la intervención de Barry, el fuerte e inteligente San Bernardo, quien prestó socorro a los perdidos en la montaña. Cuarenta personas podían testificar del amado Barry que les había librado de una muerte segura en las heladas cuestas de los Alpes.

Ahora, por cuadragésima primera vez, Barry iba en camino al rescate de un perdido. Con enorme esfuerzo transitó la montaña entre montones de nieve y el constante peligro de los temibles aludes. Sin vacilar y con toda certeza, siguió el rastro del extraviado adelantándose al grupo de rescate que le seguía.

El pobre hombre perdido había caído rendido y casi inconsciente y estaba cubierto por una espesa capa de nieve que le ocultaba de la vista, pero no del acertado olfato del valiente Barry, quien al fin encontró el lugar. Escarbando intensamente, el perro llegó jadeante al moribundo y lo revivió con el calor de su aliento.

Pero, al abrir los ojos el hombre, algo terrible sucedió. Él quedó aterrado al ver la bestia que arañaba la nieve sobre él. Seguro se imaginaba que el enorme animal le iba a devorar. Se sobrepuso y el instinto de conservación guió su mano hacia el cuchillo afilado que llevaba en el cinturón para defender su vida. Haciendo acopio de toda la poca energía que le quedaba, sigilosamente tomó el largo filo y lo hundió en la garganta del confiado Barry. El fiel perro, con un lastimoso alarido, cayó y quedó muerto en un charco de sangre que tiñó de rojo la blanquísima nieve.

La inscripción en el monumento sobre la tumba de Barry reza: “Salvó a cuarenta, pero murió por la mano del cuadragésimo primero”. El que lo mató, lo hizo porque no se dio cuenta que Barry vino para salvarle.

¡Cuántas personas inconscientemente rechazan a Jesús porque no se dan cuenta que Él vino para salvarles! Vino precisamente para dar su vida en rescate.

Juan 15:13
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.

Hay algo que es de eterno valor que tienes que considerar, esto es, tu eterna salvación. Debes “nacer de nuevo”, convertirte en un seguidor de Jesús. Debes arrepentirte de todo pecado; confesándolo, odiándolo y abandonándolo.

Jesús dijo a Nicodemo, un líder espiritual en Jerusalén, tienes que nacer de nuevo si quieres ver el reino de Dios y quieres entrar en el reino de Dios. Debes experimentar una verdadera conversión a Jesucristo por el Espíritu Santo.

Solo repitiendo una oración que alguien dirija no va a darte salvación, tienes que nacer del Espíritu Santo.

Los seguidores de Jesús le aman, le siguen, le obedecen.

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No obstante, existe otro lado de la moneda. Aunque yo busco a Dios, lo que me llena de emoción es que, ¡Él me busca a mí!

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Cada una de esas parábolas concluye con una fiesta celestial llena de gozo y alegría porque otro pecador ha regresado a casa. ¡Muestran a un Dios que insistentemente va en busca del hombre rebelde y descarriado!

El padre corrió a recibirle

Hay otra parábola que dibuja aún más gráficamente a Dios en busca de los humanos: la parábola del hijo pródigo. Probablemente, conoces la historia. El hijo menor pidió su parte de la herencia y al recibirla, la malgastó en una vida de perdición. Cuando se encontró sin dinero, sin amigos y totalmente derrotado, cuidando cerdos, “volvió en sí” y regresó a la casa de su padre. Pero antes de llegar, cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, fue movido a misericordia y corrió para recibirle con abrazos y besos.

El padre representa a Dios y el hijo rebelde a nosotros. Mientras seguimos con la historia, te invito a revisar tu propio concepto de Dios. ¿Es Él como el padre del hijo pródigo?

Cuando el hijo empezó a confesar sus pecados, diciendo que no era digno de ser llamado hijo, entonces el padre mandó traerle el mejor vestido, un anillo y calzado; ordenó que mataran un becerro, diciendo: “...comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.

¿Cuánto del hermano mayor hay en ti?

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Pero, ¿qué del hermano mayor? En vez de regocijarse, se enojó con el padre por su esplendidez para con el hijo menor. No sólo esto, reclama al padre porque, ¡él le había servido tantos años sin haberle desobedecido!

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Veamos otra razón del por qué Jesús vino a la tierra.

Él vino para dar su vida en rescate

Marcos 10:45
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

Jesús es el único hombre que escogió el haber nacido y es uno de los pocos que ha escogido morir. Él dijo que vino a este mundo para dar su vida en rescate.

La palabra “rescate” tiene sus raíces en el mercado de esclavos. Una persona de buen corazón podía comprar un esclavo para darle la libertad, pero primero tenía que pagar el “rescate”. Jesús pagó con su sangre el precio de rescate para darnos la libertad. Tal vez alguien pregunte: ¿Libertad de qué? ¡Libertad del pecado!

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Por: Gloria Richards
Martes 29 de Junio, 2021

El día que Dios corrió

¿Te habías imaginado que hay una historia en la Biblia de Dios corriendo hacia uno de sus hijos descarriados? Realmente hay una parábola en que el padre, quien representa a Dios, corrió y lo veremos en un momento. Pero primero, quiero que observes que en todas las religiones del mundo, encontramos al hombre buscando a Dios. Por medio de un sistema de esfuerzo humano, el hombre trata de subir una escalera a Dios o trata de aplacar a un “Dios enojado”. La única excepción es el cristianismo. ¡Jesús revela a un Dios que vino en amor a buscarnos a nosotros!

Todavía recuerdo cuando mi esposo y yo vivimos en la sierra de Chihuahua y visitamos muchos pueblos para enseñar a la gente el plan de Dios para sus vidas, siempre llegábamos al tema del por qué vino Jesús. La respuesta más común fue: “para enseñarnos a morir”. Esta creencia nos sorprendió porque uno se muere, con o sin lecciones. ¿Sabes por qué vino Jesús? Escuchemos las mismas palabras de Él como respuesta.

El vino a buscar y a salvar lo que se había perdido

Lucas 19:10
“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

En los últimos años hemos escuchado bastante sobre la necesidad de que busquemos a Dios, incluso hay varios libros muy vendidos sobre el mismo tema. De hecho, las Escrituras nos enseñan a buscar a Dios.

Hebreos 11:6
“...Y que (Dios) es galardonador de los que le buscan”.

No obstante, existe otro lado de la moneda. Aunque yo busco a Dios, lo que me llena de emoción es que, ¡Él me busca a mí!

A pesar de mis debilidades y fallas, Dios me busca. ¿Cómo puedo estar segura de esto? Porque Jesús lo enseñó a través de varias de las parábolas. Por ejemplo, en Lucas 15 nos habla de una mujer que busca toda la noche hasta encontrar la valiosa moneda. Luego Él comparó a Dios con un pastor que deja a las noventa y nueve ovejas en el redil para salir en busca de una que andaba perdida.

Cada una de esas parábolas concluye con una fiesta celestial llena de gozo y alegría porque otro pecador ha regresado a casa. ¡Muestran a un Dios que insistentemente va en busca del hombre rebelde y descarriado!

El padre corrió a recibirle

Hay otra parábola que dibuja aún más gráficamente a Dios en busca de los humanos: la parábola del hijo pródigo. Probablemente, conoces la historia. El hijo menor pidió su parte de la herencia y al recibirla, la malgastó en una vida de perdición. Cuando se encontró sin dinero, sin amigos y totalmente derrotado, cuidando cerdos, “volvió en sí” y regresó a la casa de su padre. Pero antes de llegar, cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, fue movido a misericordia y corrió para recibirle con abrazos y besos.

El padre representa a Dios y el hijo rebelde a nosotros. Mientras seguimos con la historia, te invito a revisar tu propio concepto de Dios. ¿Es Él como el padre del hijo pródigo?

Cuando el hijo empezó a confesar sus pecados, diciendo que no era digno de ser llamado hijo, entonces el padre mandó traerle el mejor vestido, un anillo y calzado; ordenó que mataran un becerro, diciendo: “...comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”.

¿Cuánto del hermano mayor hay en ti?

¿Tu Dios, tu Padre celestial, es como este padre? ¿Tiene el deseo de hacer fiesta y regocijarse con uno de sus hijos? ¿Verdad que la mayoría de nosotros no hemos tenido este concepto de Dios? Pero, según Jesús, ¡el Padre celestial es un Dios de celebración y de fiestas!

Pero, ¿qué del hermano mayor? En vez de regocijarse, se enojó con el padre por su esplendidez para con el hijo menor. No sólo esto, reclama al padre porque, ¡él le había servido tantos años sin haberle desobedecido!

¿Cuánto del hermano mayor hay en ti y en mí? ¿Batallas para regocijarte cuando ves cómo Dios derrama bendición abundante sobre el exdrogadicto, el exborracho y la exprostituta y tú le has servido y has sido “gente buena” por años?

Veamos otra razón del por qué Jesús vino a la tierra.

Él vino para dar su vida en rescate

Marcos 10:45
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

Jesús es el único hombre que escogió el haber nacido y es uno de los pocos que ha escogido morir. Él dijo que vino a este mundo para dar su vida en rescate.

La palabra “rescate” tiene sus raíces en el mercado de esclavos. Una persona de buen corazón podía comprar un esclavo para darle la libertad, pero primero tenía que pagar el “rescate”. Jesús pagó con su sangre el precio de rescate para darnos la libertad. Tal vez alguien pregunte: ¿Libertad de qué? ¡Libertad del pecado!

Desde que Adán y Eva cayeron, todos nacemos con la naturaleza pecaminosa, aun la persona que “no hace mal a nadie”, porque la esencia del pecado consiste en rebelarse contra Dios (Génesis 3). Todos, de alguna forma u otra, hemos sido como el hijo pródigo, viviendo lejos de la casa del Padre. Pablo escribió:

Romanos 3:23
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Algunas personas resisten la idea de que son pecadores. La muy conocida cantante, María del Sol, comparte en sus conciertos que era una de estas personas. Aunque estaba convencida de que Jesús era divino, ella insistía en que era “una buena persona” y no tenía vicios, por lo tanto no tenía la necesidad de un encuentro personal con Dios como los que son adictos a las drogas y el alcohol. Como muchas personas, ella hacía “tratos” con Dios: “Haré tal o cual cosa si Tú me concedes lo que pido”. Finalmente, el Espíritu Santo le reveló que Dios no era un mozo y que la única respuesta apropiada sería rendirle su vida totalmente.

El escorpión y la tortuga

Me hace pensar en la anécdota del escorpión y la tortuga. El escorpión, como no podía nadar, pidió a la tortuga que le llevara sobre su espalda para cruzar un río.

—¿Estás loco?—, contestó la tortuga. —Me picarás y me ahogaré.

El escorpión se rió y respondió: —Querida tortuga, si yo te picara, tú te ahogarías y yo también contigo. Yo no te picaré porque significaría mi propia muerte.

La tortuga pensó por unos momentos en la lógica de su argumento, entonces dijo: —Tienes razón. ¡Súbete!

El escorpión se subió a la tortuga y a la mitad del viaje, cruzando el río, picó fuertemente a la tortuga.

Mientras la tortuga estaba descendiendo al fondo del río, con el escorpión sobre su espalda, clamó consternada: —Después de lo que prometiste, ¿por qué me picaste? Ahora, ¡los dos estamos sentenciados a morir!

Ahogándose, el escorpión contestó tristemente: —No lo pude evitar, ¡es mi naturaleza picar!

Tú y yo nacemos con una naturaleza pecaminosa. Aunque somos “buena gente” y tratamos bien al prójimo, en el fondo de nuestros corazones existe el mismo espíritu que había en el huerto del Edén, un espíritu de independencia de Dios y rebeldía contra su autoridad sobre nuestras vidas.

Romanos 6:23
“Porque la paga del pecado es muerte...”.

No es solamente muerte física, sino espiritual que resulta en la eterna separación de la presencia de Dios. El profeta Isaías proclamó:

Isaías 59:2
“Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios...”.

Cuanto más profunda sea la percepción que tenemos de nuestra necesidad de Dios, mayor será nuestro amor por Él y por consiguiente, más ferviente será nuestro deseo de servirle.

¿Hasta dónde llegó el amor de Dios para que se realizara el plan de nuestro rescate?

1 Juan 4:10
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

El perro que murió salvando una vida

La historia de Jesús viniendo para dar su vida en rescate, me hace pensar en la historia verídica de Barry, un perro San Bernardo. Estos perros, por ser tan grandes e inteligentes, son excelentes en hacer obras de rescate en la nieve.

Había nevado copiosamente durante mucho tiempo y sucedió que un grupo de hombres que transitaban de pueblo en pueblo entre las montañas se retrasaron por varias horas. Al fin, uno por uno y a tropezones, llegaron al pueblo, agotados por el esfuerzo realizado para seguir un sendero cubierto de tanta nieve. Sólo faltaba uno, que aún quedaba expuesto al salvaje frío de la montaña. De no recibir pronto socorro, seguramente moriría.

Cuarenta ocasiones anteriores hubo un final feliz, gracias a la intervención de Barry, el fuerte e inteligente San Bernardo, quien prestó socorro a los perdidos en la montaña. Cuarenta personas podían testificar del amado Barry que les había librado de una muerte segura en las heladas cuestas de los Alpes.

Ahora, por cuadragésima primera vez, Barry iba en camino al rescate de un perdido. Con enorme esfuerzo transitó la montaña entre montones de nieve y el constante peligro de los temibles aludes. Sin vacilar y con toda certeza, siguió el rastro del extraviado adelantándose al grupo de rescate que le seguía.

El pobre hombre perdido había caído rendido y casi inconsciente y estaba cubierto por una espesa capa de nieve que le ocultaba de la vista, pero no del acertado olfato del valiente Barry, quien al fin encontró el lugar. Escarbando intensamente, el perro llegó jadeante al moribundo y lo revivió con el calor de su aliento.

Pero, al abrir los ojos el hombre, algo terrible sucedió. Él quedó aterrado al ver la bestia que arañaba la nieve sobre él. Seguro se imaginaba que el enorme animal le iba a devorar. Se sobrepuso y el instinto de conservación guió su mano hacia el cuchillo afilado que llevaba en el cinturón para defender su vida. Haciendo acopio de toda la poca energía que le quedaba, sigilosamente tomó el largo filo y lo hundió en la garganta del confiado Barry. El fiel perro, con un lastimoso alarido, cayó y quedó muerto en un charco de sangre que tiñó de rojo la blanquísima nieve.

La inscripción en el monumento sobre la tumba de Barry reza: “Salvó a cuarenta, pero murió por la mano del cuadragésimo primero”. El que lo mató, lo hizo porque no se dio cuenta que Barry vino para salvarle.

¡Cuántas personas inconscientemente rechazan a Jesús porque no se dan cuenta que Él vino para salvarles! Vino precisamente para dar su vida en rescate.

Juan 15:13
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.

Hay algo que es de eterno valor que tienes que considerar, esto es, tu eterna salvación. Debes “nacer de nuevo”, convertirte en un seguidor de Jesús. Debes arrepentirte de todo pecado; confesándolo, odiándolo y abandonándolo.

Jesús dijo a Nicodemo, un líder espiritual en Jerusalén, tienes que nacer de nuevo si quieres ver el reino de Dios y quieres entrar en el reino de Dios. Debes experimentar una verdadera conversión a Jesucristo por el Espíritu Santo.

Solo repitiendo una oración que alguien dirija no va a darte salvación, tienes que nacer del Espíritu Santo.

Los seguidores de Jesús le aman, le siguen, le obedecen.

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