El Dominio Del Creyente | |||||||
2. La enfermedad La enfermedad es una maldición, nunca la voluntad de Dios; y para que puedas tomar autoridad sobre ella, tu corazón debe estar seguro de esta verdad. Deuteronomio 28:15 “...Si no oyeres la voz de Jehová tu Dios... vendrán sobre ti todas estas maldiciones...”. Luego continúa en los versículos 22, 27, 28, 35, 59 y 61 enumerando toda clase de enfermedades como parte de la maldición. Pero el Nuevo Testamento declara: Gálatas 3:13 “Cristo nos redimió de la maldición de la ley...”. Mientras creas que la enfermedad es una bendición enviada por Dios para llevarte al arrepentimiento o enseñarte algo; entonces no podrás orar en fe y reclamar tu sanidad. Éxodo 15:26 “...Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios... ninguna enfermedad... te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Este texto mejor traducido diría: “Yo soy Jehová tu sanador”. Es decir, que la naturaleza misma de Dios es sanadora, no enfermadora. Isaías 53:4 y 5 dice claramente que Jesús obró sanidad para nosotros en su cruz: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores... y por su llaga fuimos nosotros curados”. Jesús dijo en Lucas 13:16, refiriéndose a la mujer que desde hacia 18 años tenía espíritu de enfermedad y andaba encorvada: “Y a esta hija de Abraham, que satanás había atado dieciocho años...” Jesús vino a revelar al Padre y aquí Él nos enseña claramente quien es el autor de las enfermedades: satanás. Ahora podemos pararnos firmemente sobre la peña de lo dicho por Dios y declarar: “Tomo dominio sobre toda enfermedad que me quiera atacar y declaro que Jesús ciertamente ya la llevó por mí y sufrió mi dolor y por su llaga fui curado. ¡Tomo autoridad sobre ella en el nombre de Jesús!” Decláralo con certeza hasta que desaparezcan los síntomas y estés sano. Recuerdo hace años, cuando apenas empecé a aprender estas verdades, que había una epidemia de gripe asiática, allí en la Sierra de Chihuahua, donde vivíamos. Los rancheros la llamaban “andancia” porque andaba de casa en casa; y tumbaba aun a la gente más fuerte. Muchos pasaron 15 días o más en la cama. Una mañana comencé a sentir los mismos síntomas de esta debilitante enfermedad y oí en mi mente como si satanás me dijera: ¡Ah! Tú, que estás enseñando al pueblo que Cristo sana hoy, como en los días que anduvo aquí, ¡qué ridículo te vas a ver cuando se den cuenta que tú, el predicador de sanidad, estás boca arriba, en la cama, bastante “malito”! En ese momento, el espíritu dentro de mí se levantó, y con mi boca comencé a declarar las promesas de Dios sobre la sanidad. Seguí declarándolas aún con temperatura y dolor de cabeza. No acepté el “bulto o paquete” que satanás quería entregarme. En unas pocas horas, dos o tres, salí de la recámara y dije a mi esposa: “Estoy sano, ¡gloria a Dios!” Los síntomas de la gripa se me habían quitado. |
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2. La enfermedad La enfermedad es una maldición, nunca la voluntad de Dios; y para que puedas tomar autoridad sobre ella, tu corazón debe estar seguro de esta verdad. Deuteronomio 28:15 “...Si no oyeres la voz de Jehová tu Dios... vendrán sobre ti todas estas maldiciones...”. Luego continúa en los versículos 22, 27, 28, 35, 59 y 61 enumerando toda clase de enfermedades como parte de la maldición. Pero el Nuevo Testamento declara: Gálatas 3:13 “Cristo nos redimió de la maldición de la ley...”. Mientras creas que la enfermedad es una bendición enviada por Dios para llevarte al arrepentimiento o enseñarte algo; entonces no podrás orar en fe y reclamar tu sanidad. Éxodo 15:26 “...Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios... ninguna enfermedad... te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Este texto mejor traducido diría: “Yo soy Jehová tu sanador”. Es decir, que la naturaleza misma de Dios es sanadora, no enfermadora. Isaías 53:4 y 5 dice claramente que Jesús obró sanidad para nosotros en su cruz: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores... y por su llaga fuimos nosotros curados”. Jesús dijo en Lucas 13:16, refiriéndose a la mujer que desde hacia 18 años tenía espíritu de enfermedad y andaba encorvada: “Y a esta hija de Abraham, que satanás había atado dieciocho años...” Jesús vino a revelar al Padre y aquí Él nos enseña claramente quien es el autor de las enfermedades: satanás. Ahora podemos pararnos firmemente sobre la peña de lo dicho por Dios y declarar: “Tomo dominio sobre toda enfermedad que me quiera atacar y declaro que Jesús ciertamente ya la llevó por mí y sufrió mi dolor y por su llaga fui curado. ¡Tomo autoridad sobre ella en el nombre de Jesús!” Decláralo con certeza hasta que desaparezcan los síntomas y estés sano. Recuerdo hace años, cuando apenas empecé a aprender estas verdades, que había una epidemia de gripe asiática, allí en la Sierra de Chihuahua, donde vivíamos. Los rancheros la llamaban “andancia” porque andaba de casa en casa; y tumbaba aun a la gente más fuerte. Muchos pasaron 15 días o más en la cama. Una mañana comencé a sentir los mismos síntomas de esta debilitante enfermedad y oí en mi mente como si satanás me dijera: ¡Ah! Tú, que estás enseñando al pueblo que Cristo sana hoy, como en los días que anduvo aquí, ¡qué ridículo te vas a ver cuando se den cuenta que tú, el predicador de sanidad, estás boca arriba, en la cama, bastante “malito”! En ese momento, el espíritu dentro de mí se levantó, y con mi boca comencé a declarar las promesas de Dios sobre la sanidad. Seguí declarándolas aún con temperatura y dolor de cabeza. No acepté el “bulto o paquete” que satanás quería entregarme. En unas pocas horas, dos o tres, salí de la recámara y dije a mi esposa: “Estoy sano, ¡gloria a Dios!” Los síntomas de la gripa se me habían quitado. |
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2. La enfermedad La enfermedad es una maldición, nunca la voluntad de Dios; y para que puedas tomar autoridad sobre ella, tu corazón debe estar seguro de esta verdad. Deuteronomio 28:15 “...Si no oyeres la voz de Jehová tu Dios... vendrán sobre ti todas estas maldiciones...”. Luego continúa en los versículos 22, 27, 28, 35, 59 y 61 enumerando toda clase de enfermedades como parte de la maldición. Pero el Nuevo Testamento declara: Gálatas 3:13 “Cristo nos redimió de la maldición de la ley...”. Mientras creas que la enfermedad es una bendición enviada por Dios para llevarte al arrepentimiento o enseñarte algo; entonces no podrás orar en fe y reclamar tu sanidad. Éxodo 15:26 “...Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios... ninguna enfermedad... te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Este texto mejor traducido diría: “Yo soy Jehová tu sanador”. Es decir, que la naturaleza misma de Dios es sanadora, no enfermadora. Isaías 53:4 y 5 dice claramente que Jesús obró sanidad para nosotros en su cruz: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores... y por su llaga fuimos nosotros curados”. Jesús dijo en Lucas 13:16, refiriéndose a la mujer que desde hacia 18 años tenía espíritu de enfermedad y andaba encorvada: “Y a esta hija de Abraham, que satanás había atado dieciocho años...” Jesús vino a revelar al Padre y aquí Él nos enseña claramente quien es el autor de las enfermedades: satanás. Ahora podemos pararnos firmemente sobre la peña de lo dicho por Dios y declarar: “Tomo dominio sobre toda enfermedad que me quiera atacar y declaro que Jesús ciertamente ya la llevó por mí y sufrió mi dolor y por su llaga fui curado. ¡Tomo autoridad sobre ella en el nombre de Jesús!” Decláralo con certeza hasta que desaparezcan los síntomas y estés sano. Recuerdo hace años, cuando apenas empecé a aprender estas verdades, que había una epidemia de gripe asiática, allí en la Sierra de Chihuahua, donde vivíamos. Los rancheros la llamaban “andancia” porque andaba de casa en casa; y tumbaba aun a la gente más fuerte. Muchos pasaron 15 días o más en la cama. Una mañana comencé a sentir los mismos síntomas de esta debilitante enfermedad y oí en mi mente como si satanás me dijera: ¡Ah! Tú, que estás enseñando al pueblo que Cristo sana hoy, como en los días que anduvo aquí, ¡qué ridículo te vas a ver cuando se den cuenta que tú, el predicador de sanidad, estás boca arriba, en la cama, bastante “malito”! En ese momento, el espíritu dentro de mí se levantó, y con mi boca comencé a declarar las promesas de Dios sobre la sanidad. Seguí declarándolas aún con temperatura y dolor de cabeza. No acepté el “bulto o paquete” que satanás quería entregarme. En unas pocas horas, dos o tres, salí de la recámara y dije a mi esposa: “Estoy sano, ¡gloria a Dios!” Los síntomas de la gripa se me habían quitado. |
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